os de la prenda que embellecen la silueta). Las
opciones que ofrecen estos cinco factoreA fin de crear un determinado estilo, los diseñadores se valen de cinco elementos básicos: el color, la forma, la caída, la textura y el equilibrio de la línea (que incluye todos aquellos rasgs a los diseñadores y modistos se han
multiplicado a lo largo de los años. En el antiguo Egipto, por ejemplo, se
producía lino transparente, un tejido ideal para los climas cálidos y que
gozaba de gran popularidad. Como resultaba difícil teñirlo, solía ser blanco,
color que obtenían mediante un proceso de blanqueado. Los egipcios hacían
pliegues en la tela para crear prendas con agradables drapeados y formas. Así
nació uno de los estilos más duraderos de la historia.
En
el siglo primero de la era común ya se disponía de tejidos de distintos tipos y
colores. Los romanos acaudalados importaban sedas de la India o de la China,
pese a que el transporte encarecía tanto la tela que se vendía al mismo precio
que el oro. Otro género muy apreciado era la lana teñida de Tiro, que podía
llegar a costar 2.000 denarios el kilo, lo que equivalía al salario de seis
años de un trabajador de término medio. Gracias a los nuevos tintes y tejidos,
las mujeres romanas adineradas podían llevar estolas —túnicas largas y amplias—
de algodón azul de la India o seda amarilla de la China.
Aunque
cada cierto tiempo surgían nuevos estilos, antiguamente era fácil que una
prenda costosa estuviera de moda toda una vida. Los cambios se producían con
lentitud y, por lo general, afectaban solo a la nobleza. Sin embargo, con la
llegada de la revolución industrial, la moda empezó a influir también en el
modo de vestir del pueblo.
Durante
el siglo XIX surgieron industrias que vestían tanto a ricos como a pobres.
Además, se multiplicaron las fábricas de tejidos de algodón y de lana, por lo
que los precios de las telas bajaron. La invención de la máquina de coser
abarató mucho la producción, y los nuevos tintes sintéticos ofrecieron una gama
de colores mucho más amplia.
Los
cambios sociales y tecnológicos facilitaron aún más a la gente la adquisición
de ropa. En Europa occidental y en Norteamérica había más dinero para gastar.
Hacia la mitad del siglo XIX se publicaron las primeras revistas femeninas, y
poco después, los grandes almacenes comenzaron a vender ropa de confección de
tallas estándar. En ese mismo siglo, Charles Frederick Worth organizó por
primera vez desfiles de modelos con el fin de despertar el interés de posibles
clientes.
La
aparición en el siglo XX de nuevas fibras sintéticas como el rayón, el nailon y
el poliéster ofreció a los manufactureros una selección de tejidos más variada.
El diseño asistido por computadora facilitó la creación de nuevos estilos, y la
globalización hizo posible que las tendencias más recientes se observaran
simultáneamente en las calles de Tokio, Nueva York, París y São Paulo. Al mismo
tiempo, los diseñadores y los fabricantes han hallado nuevos modos de
promocionar sus productos.
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